El primer choque de carros en Costa Rica

Así lucía San José hace un montón de años.
Esta era la Avenida Central de antaño.

 

Corrían los primeros años del siglo XX. La reconocida dama Amparo Zeledón y sus familiares acababan de desayunar con suculento gallo pinto. Estaba ella en su residencia, allá en el este de la capital.

Mientras, en el oeste de San José, en moderna mansión, un distinguido caballero, don Francisco “Chico” Montealegre, acababa de encresparse su bigote, dispuesto a enfrentar una nueva aventura automovilística.

Dama y caballero eran de familias de mucho linaje. Ella, de la casa de los Zeledón, de la misma familia de don José María Zeledón, nada menos que el autor de la letra de nuestro Himno Nacional.

Don “Chico”, por su parte, era del abolengo de los Montealegre, el rico clan cafetalero de José María Montealegre Fernández, Presidente de la República en el siglo 19 (1860-1863).

Eran los únicos que tenían carro.

Corrían también los tiempos en que en San José no se conocían señales de tránsito. Nadie sabía de vías demarcadas, ni de “Altos”, ni de “Ceda”. Menos de semáforos, de “agujas” para pasos de tren. Tampoco, existían licencias de conducir, ni  inspectores de tránsito (Conste que no digo que ahora hayan suficientes). En 1900 había llegado el primer carro a Costa Rica.

Los peatones andaban tranquilamente por media calle y aceras. Confiados en que jamás un carro podría atropellarlos.

Solamente, allá, de vez en cuando se escuchaba el rugir de un motor de auto, corriendo por las calles josefinas, lo cual causaba gran alboroto entre los ciudadanos, quienes se persignaban al ver pasar aquella “máquina de muerte”, como la llamaban popularmente.

Precavido, como siempre y para que le dejaran las calles despejadas, aquella mañana don Chico llamó por teléfono a doña Amparo para avisarle que saldría con su carro a dar una vuelta por San José.

– Buenos días, doña Amparito. La llamo para decirle que hoy estaré recorriendo las calles con mi carro. Le aviso para que no saquen el de ustedes.

– Muchas gracias, don Chico, por prevenirnos. De por sí hoy no teníamos planeado sacarlo. Qué Dios me lo proteja y lo lleve con bien. Vaya usted con Dios y muchas gracias, respondió doña Amparo.

De poco sirvió aquella advertencia. Un rato después se presentó una emergencia en casa de los Zeledón y se vieron en necesidad de sacar el “chunche”.  Y, lo peor,  ya no había forma para avisar a don Chico…

Y sucedió lo que tenía que suceder. Minutos después, en las  inmediaciones del Parque Central, cuando uno de los carros circulaba de este a oeste y el otro de sur a norte, colisionaron en una esquina, estrepitosamente. Solo hubo daños materiales.

Referencia:

  • crhoy.com. Hubert Solano. Julio 31, 2016.

Las Mascaradas en Costa Rica

Cuántos de niños no fuimos perseguidos por uno de estos personajes típicos enmascarados, el diablo, la calavera, la giganta….y quizás hasta nos dieron con el famoso chilillo que llevaban. Parece que fue ayer donde por la ventana de mi casa yo veía cómo perseguían a mis hermanos mayores y mi corazón palpitaba con emoción y susto.  Gratos y emocionantes recuerdos. Es por eso que aquí les dejo la historia de las famosas mascaradas de la Costa Rica de antaño.

La mascarada popular de tradición colonial tuvo un resurgimiento en el país, en La Puebla de los Pardos de Cartago, en la misma época en la que se construyó el Teatro Nacional de Costa Rica y en la que se fundó la Escuela Nacional de Bellas Artes, a finales del siglo XIX. El contraste de esta manifestación cultural festiva, carnavalesca y satírica callejera con la opulencia del nuevo teatro josefino, símbolo de modernidad, progreso y europeización, es una de las numerosas muestras de la rica diversidad y complejidad de la historia de la cultura y del arte costarricense.

 

Las primeras mascaradas latinoamericanas coloniales fueron traídas de España, donde se conocen como “Gigantes y cabezudos”, que tienen su origen en la vida popular de la Europa medieval.

 

Al llegar a América, la tradición fue ramificándose, poco a poco, en distintas variantes regionales, gracias al sincretismo o mestizaje cultural, ya que el uso de máscaras en festejos y rituales también fue un rasgo propio de muchas culturas prehispánicas.

Trazo veloz. Los Payasos Santa Cruz , de José Pablo Ureña.
Trazo veloz. Los Payasos Santa Cruz , de José Pablo Ureña.

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