Al mirar hacia nuestro pasado encuentro mis raíces, mi tierra, mi parentela… No tengo duda alguna que el pasado tiene que ver con quien yo soy en el presente. Ese pasado es lo que muy a menudo busco, quienes eran mis abuelos, que aroma tenía su casa, que huella dejaron en mi y que le dejaré a mi descendencia.
Es por eso que inicié este sitio… para buscar entre el baúl del tiempo las bellezas del pasado, la realidad del presente y la esperanza del futuro.
Mi querido amigo, espero que juntos emprendamos este bello viaje al pasado y tú también puedas aportar tu historia…nos vemos en la carreta del tiempo, respirando olor a tierra mojada, tomando un jarro de café, sentados en la poltrona de madera y cuero que nos arrullará y sacará lo mejor de nosotros.
Nos vemos en la poesía, en la anécdota, en el cuento, en el relato…en la historia de Mi Costa Rica de Antaño!
La vieja campana de bronce daba su talán en esa escuela, los niños alborotados por el sofocante calor, salían apresurados hacia el camino que los llevaría hacia la poza cristalina de aquel río. Los más pequeños no tendrían tal dicha, de la mano de sus madres o sus abuelas, se irían hacia sus casas, en su mayoría de adobe y bahareque. El callejón -en medio del cafetal- se contentaba cuando sentía las pisadas y las carcajadas de aquellos niños, que iban a refrescarse en la más famosa poza de ese pueblo josefino.
Allá se veía al maestro Casimiro, iba detrás de sus estudiantes, siempre los cuidaba con tal de evitar que alguno de ellos se subiera en una rama muy alta o más arriba en la piedra que estaba justo en frente de la refrescante poza. El río también se sentía feliz, sus aguas complacían a esos infantes que olvidaban la escuela, las cogidas de café y los trabajos que muchos de ellos hacían con sus padres en el cafetal. De regreso al pueblo, con los pies descalzos y sus ropas empapadas, sentían esos niños un extraño escalofrío cuando pasaban en frente de aquella casa de bahareque, completamente cubierta de una especie de enredadera que, apenas dejaba notar la vieja puerta de madera. Ninguno de esos estudiantes había entrado jamás en esa extraña vivienda, decían que, era habitada por una mujer que practicaba la brujería y que tan sólo salía en la noche. Nadie le había visto por el pueblo durante el día. Iban caminando en medio del cafetal.
-¿Es cierto que ahí vive una bruja?
-Mi abuela dice que sí, que es media curandera, que hace extraños menjurjes y hasta maleficios.
-Es raro, yo nunca la he visto por el pueblo, dicen que no sale durante el día.
-Abuela sí la ha visto, dice que sale en las noches a llenar un cántaro con agua del río, pero nunca ha visto su rostro.
En ese callejón de vuelta al pueblo, iban conversando aquellos dos amigos y compañeros de la escuela, Maximiliano y Atanacio. La intriga y el deseo de saber más de esa mujer, invadía las mentes infantiles de esos niños ávidos e inquietos, querían saber si realmente en esa misteriosa vivienda vivía una bruja.
Metida en el cafetal, la casa de bahareque estaba completamente llena de una enredadera en las paredes y el entejado, sólo se dejaba ver la maltrecha puerta de madera. Había una especie de corredor completamente lleno de arbustos en una especie de macetera de madera. El solar de la vivienda no se veía desde el callejón, pues una cerca natural se levantaba casi a dos metros dando la vuelta completa a la propiedad de esa misteriosa mujer. Aquello parecía una especie de bosque oculto, oscuro, enigmático, silencioso y hasta tenebroso. Era como una porción de la montaña en ese pueblo josefino.
Había llegado esa mujer al pueblo, cuarenta años atrás, dicen que llegó desde las montañas allá por Talamanca. Ella era alta, delgada, de piel trigueña, su cabello largo se entrelazaba en dos trenzas, sus ojos eran dos perlas negras. No acostumbraba a salir durante el día, lo hacía sólo de noche, iba al río a llenar su cántaro y al comisariato del pueblo a dejar los extraños menjurjes que le compraban por encargo. Muy pocas personas en ese pueblo le habían tratado, ella era un completo misterio, por eso aquel pueblo -sin conocerle- le llamaba la bruja del cafetal.
Un enorme árbol de poró, había dispuesto un manto de florecilla anaranjada en la entrada de la misteriosa vivienda, mientras al caer la tarde se escuchaban crujir las oxidadas bisagras de la puerta, cuando se asomaba desde la oscuridad interior la silueta de esa extraña mujer de largas trenzas y con el cántaro en sus brazos. Se perdía por el callejón rumbo al río, solitaria, enigmática y con paso lento. Dos gatos le seguían el paso a la misteriosa mujer.
Una de esas tardes veraniegas, entre el jolgorio de los estudiantes que se bañaban en la refrescante poza, aquellos dos amigos, Maximiliano y Atanacio, se apartaron río abajo en busca de anonas maduras. Ahí estaban esas frutas deliciosas, con aquel color que llamaba a los niños a disfrutar de ese sabor sin igual. Uno de ellos se subió al árbol, mientras el otro abajo, recibía entre sus manos las anonas maduras con tal de no hacerlas caer al suelo. Había también más hacia el sur, unos árboles de níspero que invitó a los niños a disfrutar de los frutos maduros. La tarde se hacía vieja y la oscuridad rondaba sigilosa.
Los niños se durmieron de tanto ajetreo de esa tarde, cansados, entre los juegos en la poza del río y el manjar de anonas y nísperos, quedaron debajo de un árbol profundamente dormidos. La oscuridad llegó e inició su reinado por aquel cafetal, mientras en el pueblo comenzaron a preguntar por los dos niños que no llegaron por el callejón. De repente, un extraño sonido despertó a los niños, en medio de la oscuridad y desorientados, lanzaron gritos que alborotó aún más el jicote que estaba debajo de sus cabezas. La desesperación por aquellas picaduras de los insectos fue tal, que corrieron dando gritos y lamentos como gemidos espectrales. Alguien que estaba por el río escuchó los gritos y fue a ver qué sucedía.
Aquellos niños se revolcaban en la orilla del río, el dolor era insoportable. De repente, como lluvia fresca en la noche, brotó el agua a raudales en aquellos infantes traviesos. Desde un cántaro, el agua brotó para aliviar la sensación de quemadura que provocaban esas picaduras de abeja, los niños sintieron frescura y alivio, sin embargo, no habían notado la presencia en frente de ellos de la misteriosa mujer de trenzas largas. Ella tomó a los dos infantes y rápidamente los llevó a la extraña vivienda de bahareque, con tal de aplicarles un pastoso menjurje color café que haría bajar la hinchazón por las picaduras. Los niños sin darse cuenta, entraron en la misteriosa morada de la mujer.
Afuera en el cafetal, a lo lejos se escuchaba la voz del maestro y de algunos lugareños que buscaban a los niños. La noche se estaba haciendo vieja.
Ya más tranquilos, Maximiliano y Atanacio se vieron sentados en un galerón abierto atrás de la misteriosa vivienda, tenuemente alumbrada por varios candelabros. En medio del galerón, había muchas plantas que emitían los olores más exquisitos, como fragancias de la propia montaña. Ahí, había ruda, albahaca, romero, hierba buena, zacate limón, jengibre, borraja, canela, cúrcuma, diente de león y especies extrañas de hierbas milagrosas. Más afuera en el solar, había árboles de limón, naranja, guayaba, mandarina y otras especies frutales que soltaban un olor inigualable. En frente de los dos niños, la extraña mujer revolvía con una especie de cuchara de madera, un brebaje para bajar la fiebre en la piel de los asustados compañeros.
Rompiendo el silencio y tomando valor, preguntó Atanacio a la mujer:
-¿Es cierto que usted es bruja?
-¡Así es mi muchachito!, soy la bruja de la hierbas, de las plantas y de las flores. Y curo con mis menjurjes, es mi medicina natural.
-¿Y por qué sólo sale en las noches?
-Porque tengo una extraña enfermedad en mi piel, por eso evito la luz del sol, porque me causa una alergia en todo mi cuerpo.
Mientras el diálogo se hacía una confianzuda conversación, los niños tomaron esa bebida que haría bajar la fiebre en sus cuerpos. Con algo de misterio, observaron el rostro de la mujer, les pareció de dulce y bella mirada, de trenzas hermosas, en realidad -pensaron- no tenía esa mujer el aspecto de la bruja como se decía en el pueblo. Entonces, ellos le sonreían a la mujer que ya llegaba a los sesenta años.
¡Atanacio, Maximiliano!, ¡Maximiliano, Atanacio!, se escuchaba fuertemente afuera en el cafetal.
La mujer abrió la maltrecha puerta de su vivienda, con una carbura en su mano alumbró el callejón hasta que observó venir al maestro Casimiro, quien traía otra carbura alumbrando el camino.
-¡Aquí, aquí están los niños!, soy yo maestro Casimiro, la bruja del cafetal, ¡aquí están los niños!
Mientras la mujer gritaba esas palabras, en la puerta de la vivienda los dos niños se reían a carcajadas, sabían que esa mujer no era bruja, sino un alma bondadosa, solitaria y quizás algo triste.
De tarde en tarde, se veía a Maximiliano y Atanacio ir hacia el río con el mismo cántaro que vertiera el líquido refrescante y salvador la tarde de las picaduras de las abejas. La mujer recibía el cántaro lleno cada día, además, recibía de los niños cuidados y atenciones de cosas y diligencias que la mujer necesitara del pueblo, la mujer se convirtió en una especie de abuela para ellos. Ella les hacía infusiones y remedios cuando los niños estaban enfermos.
Nunca, nadie preguntó por el nombre de esa extraña mujer que había llegado desde Talamanca, a ella le gustaba como la llamaban… ¡La bruja del cafetal!, porque curaba con sus menjurjes de hierbas, plantas, frutas y flores.
Cuentan que, aún hoy por ese mismo río josefino, se escucha un cántaro llenar… ¡Quizás sea el mismo cántaro de la bruja del cafetal!
Como testimonio de la cultura antigua se encuentra la iglesia católica de estilo de construcción colonial. Aunque los terremotos han destruido gran parte de la arquitectura original española; este hermoso templo aún se mantiene y constituye una de las construcciones más representativas. Se alza en la plaza central, dominando el paisaje y siendo observable desde muchos puntos de la localidad.
Henry C. Morgan nacido en el año 1855 en New York, Estados Undidos de Norteamérica, sus padres, Tomás Morgan y María William. Se casa en la Parroquía de Puntarenas con María Luisa Padilla el 29 de agosto de 1897. (Ante el registro su nombre aparece como Enrique G. Morgan).
Educador, creador y fundador del Sistema Nacional de Bibliotecas. Tomó muchos acuerdos en beneficio de la educación nacional: ocupó la Secretaría de Estado en el Despacho de Instrucción Pública entre 1920-1924, cuyo nombre cambió por el de Educación Pública; elevó a categoría de Ley de la República el Reglamento Orgánico del personal docente, mandó maestras a especializarse en Europa, fundó las escuelas maternales, creó el sexto grado de la Enseñanza Primaria, emitió la Ley de Jubilaciones y Pensiones del Magisterio Nacional y la Ley de Socorro del Personal Docente, transformada después en ley, fue ministro de Relaciones Exteriores y encargado del consulado de Chile.
Propiedad dónde nació don Ricardo Jiménez Oreamuno, Cartago:
Está ubicada entre las calles 4 y 6, avenida 3, en el centro de Cartago, justo en el costado norte de la capilla de Los Capuchinos. Es conocida como la casa de Jesús Jiménez Zamora, en honor a quien fuera el quinto presidente de la República (y padre del también expresidente, Ricardo Jiménez Oreamuno), pues él nació en ese terreno, pero en otra casa, el 18 de junio de 1823.
Parroquía fundada en 1960 y perteneciente a la Vicaría de Monseñor Barquero y a la Diócesis de Alajuela.
En una antigua carta dirigida al señor cura párroco de San Antonio de Belén, se le informa que le ha sido encargado al señor Guillermo Gargallo levantar el plano de la Iglesia de San Rafael de Ojo de Agua para que así el señor cura proceda a nombrar la Junta Edificadora que active o agilice los trabajos.
I.- PRIMERA SEDE La primera sede de la Corte Superior de Justicia (posteriormente denominada Corte Suprema) fue el edificio de la Factoría de Tabacos de Costa Rica, ubicado en el centro de San José, en el sector este de la manzana donde hoy se encuentran las oficinas del Banco Central.
La palabra “benemérito” tiene para el costarricense una connotación muy particular. Es indiscutible que con ella se refiera a la más alta distinción que otorga el Estado a sus hijos más preclaros.
En Avenida Central a la altura lo que llamamos Cuesta de Moras apreciamos un pasaje muy diferente al de ahora. En la fotografía antigua de la década de 1960¨s y la fotografía más reciente del año 2018.
Solón Núñez nació el 29 de abril de 1881, hijo de Patrocinio Núñez Berrocal y Juana Frutos Ayala. Nace en una familia pobre, y cuando cursaba el segundo grado murió su madre y poco después su padre, por lo que sus cuatro hermanos y él fueron distribuidos entre los familiares. A Solón le tocó vivir en Desamparados y ser criado por una tía materna y su esposo. Todo haría pensar que aquel niño descalzo se convertiría en otro campesino más de la Costa Rica del siglo XIX. Contrario a las costumbres de la época, cuando se utilizabaa los jóvenes para ayudar a sus mayores en el trabajo.
Los trabajos se iniciaron en 1861 y ya registraba desde esa época ; en sus libros parroquiales, bautizos, matrimonios, funerales, confirmas y expediente matrimonial.
La Avenida Central es un centro neurálgico de la capital rico en expresiones en cuanto a patrimonio cultural. (Foto: José Eduardo Mora).
A continuación les comparto un excelente reportaje del Semanario Universidad publicado el 4 de mayo del 2021 y que atiende la problemática del Patrimonio en nuestro país, un problema constante y sin resolver.
La arquitecta e investigadora Rosa Malavassi aborda la ciudad de San José desde la construcción de los discursos y ahonda en el concepto de patrimonio cultural, que surge del cruce de miradas de lo oficial y los sectores subalternos.