
A finales del siglo pasado, muchas ciudades se modernizaban con el sistema de trenes de corta duración. Fue tan extraordinario que de los trenes grandes que conectaban las ciudades se pasaron a los pasajes cortos dentro de la ciudad que se llamaban tranvías.
En 1886 el inglés Hastings gana la licitación para construir la línea en la ciudad de Cartago. En el año 1888 se inaugura la primera línea de trenes interurbano de Costa Rica. Estos vagones eran operados por una pequeña locomotora de vapor.
Para el año 1887 el empresario Hastings importó desde Inglaterra un nuevo tren que incorporaba en una sola unidad el motor de vapor y los asientos para los pasajeros. Esta unidad de motor y sillas se llamaría un tranvía.

El tranvía apareció en Cartago con motivo de la construcción del Ferrocarril al Atlántico.
Era la época en que solo familias de abolengo poseían volantas, calesas o coches, para salir a pasear o visitar fincas. Otros viajaban en lentas carretas tiradas por bueyes. La mayoría lo hacía a pie.
A finales del siglo pasado la ciudad de Cartago estaba formada por 9 calles. De este a oeste: Calle del Ferrocarril, Calle Real, Calle de La Soledad, Calle de San Francisco y Calle del Hospital. De norte a sur: Calle del Señor Deán, Calle los Estanques, Calle del Cuartel y Calle Punta Diamante.
Ruta del Tranvía en Cartago:
Las dos rutas eran del cementerio general siguiendo la avenida 2 siguiendo hasta la basílica de los Ángeles y luego al noreste hasta el parque de San Rafael de Oreamuno. Un pequeño ramal salía por la calle 3.ª de la estación de trenes de la Northern hacia el sur a conectarse frente al ahora Banco Nacional. La segunda ruta bajaba por la avenida 10.ª, al este de los Tribunales de Justicia y por la calle de los Cerrillos. Al llegar cerca de Agua Caliente entraba por la ruta antigua por la Iglesia y la plaza de Agua Caliente hasta terminar en el hotel de los baños termales en Hervidero.
Pronto, ingleses y funcionarios municipales notaron que dicho negocio, en vez de crecer, disminuía. En un principio, por pura curiosidad, los cartagineses abordaron aquella máquina de hierro y madera. Pero, pronto, recelosos, decidieron bajarse, pues estaban acostumbrados a caminar hacia cualquier lugar de la ciudad.
Parados en esquinas, de lejos veían pasar el tranvía sin pasajeros. A unos les daba miedo viajar en esa máquina, cuya velocidad les causaba mareos, vómitos, dolores de oído. Otros, definitivamente, no subían por no tener dinero para el pasaje.
Mientras muchas ciudades apuestan al transporte colectivo, en Costa Rica el asunto sigue siendo un reto.
Ante ese rechazo, la situación económica de la empresa de tranvías comenzó a caer, precipitadamente. El servicio cada día fue más deficiente. En consecuencia, los ingleses trataron de rescindir el contrato.
Mr. Walter Ford en un informe presentado ante la Municipalidad, ocho años después de transitar el primer tranvía, aseguró que la empresa estaba dejando fuertes pérdidas a los dueños, pues “los tranvías corrían absolutamente sin pasajeros”.
Diez años duró aquella indiferencia. Los tradicionalmente flemáticos ingleses habían dado tiempo al tiempo.
Después de una década de pleitos judiciales, las autoridades municipales rescindieron el contrato. Los ingleses, tras recibir 10.000 pesos de indemnización, levantaron los rieles y una mañana de tantas, el tranvía no amaneció más en la Vieja Metrópoli. Se esfumó…
¡Para siempre!
Referencias:
- Huber Solano. crhoy.com. Publicación del 8 de agosto del 2016.
- La Nación, 1 de diciembre del 2008.