A principios del siglo XVI, justo antes de la llegada de los españoles, la población del territorio actual de Costa Rica alcanzaba las 400.000 personas, la mayoría de ellas concentradas en el Pacífico Norte y en el Valle Central pero en 1611 esa población ya se había reducido a solo un poco más de 10.000 personas, un descenso de más del 90% en 42 años.
En 1523, Carlos V promulgó una serie de ordenanzas, las cuales determinaban que, siempre que se fundaran ciudades lejos de las costas, se repartieran “ plazas, calles y solares a cordel y regla, comenzando desde la plaza mayor y sacando de ella las calles a las puertas y caminos principales”.
En 1564 se fundó y trazó la ciudad de Cartago en el valle del Guarco, en el lugar donde confluyen los ríos Purires y Coris . En 1575 fue trasladada al sitio donde se emplaza actualmente. Junto a las dos únicas ciudades españolas que sobrevivieron durante gran parte del período colonial (Cartago y Esparza), estaban también los pueblos de indios Barva, Aserrí, Curridabat, Ujarrás, Pacaca, San Bernardino de Quepo y Nicoya.
La arquitectura eclesiástica de los siglos XVI y XVII era muy sencilla y estaba representada por los cuatro templos que tuvo Cartago en ese tiempo: la parroquia de Santiago Apóstol, la iglesia de San Nicolás Tolentino, el templo y convento de San Francisco y la iglesia la Soledad, la cual cumplía también funciones de beneficencia. De la misma época son el convento franciscano de Esparza y los templos de doctrina ubicados en el Valle Central y en la península de Nicoya.

En un principio la estructura de los templos era de madera y paja. Después era de paredes de adobe y techo de teja y de una sola nave –con pies derechos cuando el ancho de la iglesia exigía ese apoyo–. Una espadaña o un sencillo campanario albergaba las campanas.
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