Ubicado al costado Norte del Parque de Alajuelita.
Aquí les dejo una bella reseña de alguien que conoció y participó de los encantos de este cine.
«Los alajueliteños lo llamábamos «el pulguero» (sobra explicar la razón) y fue allí donde experimenté maravillado, a los 6 años, cómo el mundo cambiaba en cuanto la sala iba quedando en penumbra.
El Roble tenía todos los ingredientes de un buen cine de barrio: acomodador (que se paseaba a sus anchas, aun en media tanda, alumbrando con un foco para que los chiquillos no se besuquearan, que siempre pasaba, por supuesto); tenía cartelera (literalmente, porque era de cartulina) en la cual ocurría el milagro de que las muchachas destapadas de las películas para grandes salían cubriendo sus miserias con biquinis y talladores «cosidos» a punta de marcador negro; fachada con el nombre iluminado y, claro, dos pisos (como todo cine que se precie de serlo).

Los anuncios eran de un ingenio innegable (made in Alajuelita, of course): el encargado los escribía en hojas de cuaderno que colocaba frente al rayo de luz del proyector para que los leyéramos en la pantalla. El hombre dominaba el oficio.
El Roble estaba al costado norte del parque, cerca de todos y, gracias al cielo, muy lejos de parecerse a esos cajones sin gracia de los centros comerciales.
Allí vi mi primera película: «Un capitán de 15 años», basada en la obra de Julio Verne y dada especialmente para los alumnos de la escuela San Felipe. «Función vip», dirían los esnobs.
Recuerdo poco de la cinta. Terminó enterrada bajo las sensaciones previas a la proyección: hacer fila, entrar, sentarse, ver a las parejillas más grandes buscar ansiosas la escalera al cielo (el segundo piso) o, en el peor de los casos, la última hilera de sillas para… darle más trabajo al acomodador.
Igual que en «Cinema Paradiso» llovían cuechas y se le gritaba «¡foco, foco!» al proyeccionista. Los expertos dirían hoy que era interactivo. Yo diría, por contraste con los actuales, que era un cine con alma.
De El Roble nos quedan nada más algunas fotos. Se fue. Lo fueron…
Esperen. Digo mal. Viéndolo bien no solo sobrevive en las imágenes. Sigue intacto en los recuerdos, capaces, como sabemos, de reconstruirlo en instantes y sentarnos de nuevo en la penumbra a esperar que empiece la función y que esta vez no nos cambien la de Viruta y Capulina por aquella tan fea de San Martín de Porres. «
De Ovidio Antonio Muñoz.
El Cine El Roble funcionaba no solamente como cine sino que también para otras actividades de índole social y cultural como veladas y espectáculos locales y además, era el lugar preferido para celebrar las graduaciones de la Escuela Abraham Lincoln, etc…
Hoy el Cine El Roble no existe, desapareció dejando muchos recuerdos en quienes un día estuvieron sentados en alguna de sus butacas.
Hoy día en ese mismo lugar se encuentra la Municipalidad de Alajuelita.
Referencias:
Ovidio Antonio Muñoz.
Fotografías varias con sus autores.