Un poco de historia mundial:
La palabra epidemia, según su origen etimológico, proviene de las raíces griegas “epi” que significa sobre y “demos” pueblo. Se refiere a una enfermedad que se propaga durante algún tiempo, por una región o país y que afecta, simultáneamente, a un grupo de personas. Se diferencia de la pandemia, palabra que también proviene del griego, en que esta describe una enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una región o localidad. Los epidemiólogos conciben a la epidemia como una enfermedad o fenómeno que aparece en una sociedad, en forma inusual, sin que antes estuviese presente, o si ya existía, en un exceso notable por sobre su nivel usual o endémico. Si el aumento se reduce a una localidad o a un grupo de familias se denomina brote epidémico.

La primera evidencia de la existencia del bacilo del cólera en el mundo occidental se efectuó en 1503, producto del incremento del comercio marítimo entre continentes, una empresa liderada por los europeos en su afán de establecer y controlar un mercado mundial. Las pandemias de cólera fueron favorecidas por la comunicación marítima y las redes comerciales. Estas tuvieron como punto de origen, la mayoría de las veces, las ciudades de Goa y Bengala en la India, muy visitadas por comerciantes y aventureros.
Desde principios del siglo XIX hasta fines del siglo XX se han desarrollado siete pandemias. La segunda pandemia ocurrió en 1829, se originó en la India y las actividades comerciales contribuyeron a su propagación por diferentes regiones del mundo, en los años posteriores. Entre 1836 y 1837 el cólera impactó México, Guatemala, Nicaragua y Panamá. En 1837, el gobierno costarricense emitió siete decretos, en los que se tomaban medidas preventivas para una eventual epidemia de cólera. Los decretos revelan las concepciones de la época sobre el origen de las enfermedades, las que se apoyaban en la teoría de los miasmas.
En Costa Rica:
En consecuencia de lo anterior, estas mismas medidas fueron las que se pusieron en vigencia en 1856, solo que a posteriori, porque el cólera, en esa oportunidad, tomó de sorpresa al ejército, a las autoridades y al pueblo costarricense.
Protocolos para el pueblo:
-Se orientaban a que las personas y las autoridades realizaran acopio de alimentos y medicinas, como el láudano y el aceite, para combatir la enfermedad.
-Se instruía sobre la higiene personal, el aseo de los alimentos, las habitaciones, los patios, las acequias, las aceras, las calles y los acueductos de la comunidad. La preocupación básica era no infectar el aire y también evitar la “corrupción o humedad”.
-La fumigación de las casas debía efectuarse con agua de cal, tabaco en hoja o en vena, vinagre, sal marina o azufre.
-Los muebles tenían que limpiarse dos veces por semana con cloruro o cal viva. Se llamaba a evitar las aglomeraciones.
-En caso de que el cólera se hiciera presente, se prohibía la asistencia a las iglesias, solo se autorizaban las misas en las plazas o utilizando un altar portátil. También se previó el cierre de los mercados. Se prohibió la venta de chichas y caldos fermentados, verduras, frutas y carne añeja, así como colgar las perchas de carnes con el objeto de venderlas o asolearlas.
Formas de sepultar a los fallecidos:
La policía era la encargada de que los sepultureros demarcaran el sitio para las excavaciones pertinentes, cuidando que fuera en tierra virgen, no menor a dos varas de profundidad. Los cadáveres, según las instrucciones, debían bañarse con cal viva antes de sepultarlos, junto a las ropas que se llevaban puestas. En caso contrario se exponían a castigos, multas y cárcel. Para disminuir el contacto con los enfermos y cadáveres, las ceremonias fúnebres y los entierros solemnes quedaban prohibidos. Como se comprenderá este conjunto de medidas, especialmente las que tenían que ver con la asistencia a iglesias y el entierro de personas, provocaban grandes resistencias entre la población debido a las concepciones religiosas imperantes.
Encargados de la epidemia en C.R.:
El gobierno delegó la responsabilidad de la prevención y el control de la epidemia, en 1837, en una Junta General de Sanidad integrada por el licenciado en medicina Nazario Toledo, Agustín Gutiérrez, el general Pedro Bermúdez, Joaquín Mora, Mariano Montealegre, Miguel Carranza y el cura párroco de San José. Todos ellos personajes de la elite y del alto clero, tal y como se acostumbraba integrar estas juntas.

Se dispuso el establecimiento de una “botica general” financiada por el gobierno para contar con las medicinas que se iban a necesitar, la cual quedó a cargo de Nazario Toledo. El gobierno estableció en San José “una Cátedra de instrucción sobre el método preservativo y curativo del cólera-morbo” para adiestrar a “seis jóvenes de esa ciudad”, seis de Cartago, cuatro de Heredia, cuatro de Alajuela y cuatro de Nicoya, así como para los que estuvieran interesados en asistir. Entre los requisitos que se solicitaban para ser admitidos era que supieran leer y escribir, “alguna inclinación” suponemos que por la medicina, valor y presencia de ánimo, y tener entre dieciocho y treinta años de edad.
El cólera aparece entre la tropa y se expande con rapidez
El historiador Rafael Obregón afirma que el primer caso de cólera en las filas del ejército costarricense fue detectado por los médicos del ejército el 20 de abril.70 Existe otra versión de que este hecho ocurrió el 16 de abril.71 En un parte del ejército, publicado en la edición del 30 de abril del Boletín Oficial, en San José, se señalaba que el 21 de abril la situación de la “salubridad” era buena y que el número de enfermos era mínimo “aunque personas asustadizas se complacen en ver en cada enfermedad un síntoma epidémico, podemos asegurar con toda verdad, que solo
enfermedades muy comunes aquejaban a 15 o 20 soldados, no obstante el inconsiderado abuso que hacen devorando las esquisitas y abundantes frutas de Nicaragua”.

Lo cierto es que en días posteriores a la batalla del 11 de abril aparecieron nuevos casos y la enfermedad tendió a multiplicarse y a producir la muerte de soldados y oficiales. El bacilo requiere un corto período de incubación, por lo que en menos de 12 horas, después de una fuerte diarrea que produce la pérdida de líquidos y sales minerales, que causa postración y ansiedad, se llega, generalmente, a la muerte. Hoffman, pese a tener experiencia en el manejo del cólera, no se encontraba en condiciones de asesorar de la mejor manera al presidente Mora, ya que en esa época no se conocía el origen de la enfermedad, ni las vías de transmisión, aunque ya circulaba la idea de la importancia del agua. En consecuencia, el presidente Mora se basó en la teoría de los vapores miasmáticos, tal y como lo revela el texto a continuación, publicado en el Boletín Oficial, que suponía que las emanaciones de cuerpos enfermos, la materia en descomposición, las aguas estancadas y “un clima insalubre”, eran el origen de la enfermedad. Asimismo, en correspondencia con esta hipótesis, tomó la decisión de que había que retirarse de Rivas y desplazarse hacia territorio costarricense.
Esa retirada era muy complicada puesto que más de trescientos hombres se encontraban heridos, otros más se hallaban en estado lamentable producto del cólera, también había que trasladar las municiones y armamentos hasta San Juan del Sur, puerto que se encontraba bajo control de los costarricenses, muy cerca de la frontera. Para ese efecto eran fundamentales los barcos contratados en Puntarenas: “Telemby”, Dominga Morales y “Tres Amigos”, por el comandante en ese lugar Juan Manuel de Cañas, pero estos tardaron en llegar.75 El bergantín Telemby, fue el primero en arribar a San Juan del Sur. En el regreso a Puntarenas, su capitán recibió órdenes del presidente Mora, para que se detuviera en playas del Coco, dejara allí a los heridos, para posteriormente trasladarlos en carreta a Liberia y recogiera parte del equipo militar que se encontraba en esa ciudad.

En los barcos “Telemby” y “Tres Amigos”, los únicos en llegar a San Juan del Sur porque el Dominga Morales sufrió una avería, el cólera hizo su aparición provocando la muerte de varios hombres, por lo que sus cadáveres fueron lanzados al mar, incluido el del capitán del Telemby, Juan Bautista Iriarte. Ambos barcos se dirigieron a Puntarenas donde desembarcaron las armas, posteriormente se enrumbaron hacia el puerto de Caldera para desembarcar a las tropas que venían a bordo y prestarles servicio de alimentación y atención médica.
El resto del ejército, junto a los heridos que comenzaban a restablecerse, inició el regreso a Costa Rica por vía terrestre. Algunos de los enfermos del cólera se encontraban en tal gravedad que fueron dejados en Rivas, ya que era imposible transportarlos. Empero, el general Cañas, a cargo de la retirada, le envió una carta a Walker, quien se dirigía a Rivas con el propósito de atacar al ejército costarricense antes de que se alejara, pidiéndole respetar la vida los enfermos y proponiéndole un futuro canje de prisioneros. Cañas duró dos días en llegar a la frontera, el 30 de abril acampó en Sapoá, donde le fue imposible contener a la tropa y a algunos oficiales, que se encontraban aterrorizados y corrían en desbandada hacia Liberia. De tal manera que todos los esfuerzos realizados por Mora y su equipo para establecer depósitos de víveres, con el fin de que los soldados se abastecieran en diferentes puntos del camino y caminaran en pequeños grupos resultaron infructuosos. Muchos soldados murieron de hambre o afectados por la epidemia, durante la retirada.
El general Cañas junto a una compañía de zapadores, a quienes entre promesas y amenazas, mantenía para poder enterrar a los muertos y atender a los heridos, se mantuvo en la retaguardia. El 3 de mayo ingresó el último grupo de soldados a Liberia. Al día siguiente murieron en esa ciudad el subsecretario de Relaciones Exteriores, el francés Adolphe Marie de cólera y el coronel Alejandro von Bülow de disentería.
Las causas de la epidemia
La información histórica disponible revela que la epidemia azotó con mayor intensidad al ejército costarricense que a las tropas filibusteras. El doctor Leonardo Mata ha indicado, con la poca evidencia disponible, que en ese hecho influyeron varios factores, entre ellos la larga marcha realizada por los soldados, principalmente a pie desde Cartago y otros lugares de Costa Rica hasta la ciudad de Rivas. En esta jornada, la tropa debió salvar los obstáculos planteados por el relieve, la hidrografía y el clima, lo que la condujo a la pérdida de importantes reservas nutricionales y energéticas. La exposición, por parte de los soldados, a un clima caliente y deshidratante, diferente al del Valle Central, produjo una mayor deshidratación entre los provenientes de esa región.
El gobierno mandó a mejorar el higiene personal, de los alimentos, de las casas, calles y acueductos, fumigar con agua de cal, azufre, vinagre, sal marina y tabaco en hoja, limpiar con cal viva, evitar aglomeraciones (solo se podía ir a misa en las plazas o con un altar portátil), se cerraron mercados, ventas de chichas y comidas ambulantes… Todo se aplicó a medias y, por si eso fuera poco, se creía que el contagio se daba por medio del aire, nunca desconfiaron del agua, cuenta un artículo sobre esta epidemia aparecido en la revista electrónica de historia Diálogos en el 2008. Tanto médicos como curanderos, financiados por el gobierno, combatían el cólera con las medicinas que tenían a mano: licores y derivados del opio, sobre todo.
Los desgastes de la gesta heroica contra William Walker y los filibusteros en la tropa costarricense, la poca información científica para combatir la enfermedad, la cual se contrae al consumir agua o alimentos contaminados con heces –donde se aloja el bacilo Vibrio cholerae–, la mala alimentación, la inadecuada higiene, las aguas negras corriendo por la libre, la falta de médicos y una serie de decisiones incorrectas hicieron que el cólera se esparciera en Costa Rica con rapidez causando muerte, dolor y miedo en todo el territorio.
Uno de cada 10 costarricenses falleció a causa del cólera. La mortalidad se disparó en los sectores populares, principalmente de San José. Incluso Juan Rafael Mora tuvo cólera, pero se recuperó en una finca en Ojo de Agua; también “hubo muertos ilustres como el vicepresidente en ejercicio, Francisco María Oreamuno y el ex jefe de Estado José María Alfaro y su esposa, estos últimos residentes en la ciudad de Alajuela”, detalla Botey en Diálogos.
Posteriormente, la Campaña Nacional de 1856 y 1857 continuó hasta vencer definitivamente al invasor con sus ideas expansionistas en el istmo. Debido al desbordamiento que significó el cólera, en octubre de 1857 se crea el Protomedicato de la República para “proteger la salud pública y controlar el ejercicio de la medicina”. Fue una especie de colegio de médicos que contribuyó a mejorar el incipiente ejercicio de la medicina en la Costa Rica en el siglo XIX.
Referencias:
La epidemia del cólera (1856) en Costa Rica: una visión de largo plazo, Ana María Botey Sobrado.
Profesora de la Escuela de Historia e investigadora del
Centro de Investigaciones Históricas de América Central
de la Universidad de Costa Rica.