Con más de 400 años de historia, La Plaza Mayor de Cartago fue la primera plaza fundada por los españoles en el Valle Central durante la conquista. Luego de 1821, la Plaza Mayor se transforma en Plaza Principal y luego en Parque Central. Actualmente conserva su nombre de Plaza Mayor de Cartago. Fue declarada patrimonio cultural en abril del 2007.


La Plaza Mayor de Cartago se encuentra ubicada en la ciudad de Cartago, en el distrito Oriental del Cantón Cartago, Provincia de Cartago. Tiene como linderos al norte, Calle 2 de por medio, La Municipalidad de Cartago; al sur la Calle 1; al este, Avenida 2 de por medio, las Ruinas de la Parroquia del Apóstol Santiago, y al oeste la Avenida 1.
Guillermo Brenes Tencio describe un jueves de mercado en la Plaza Mayor de Cartago en la época colonial. La gente, los productos vendidos, el ambiente, las comidas y el transporte usado hace siglos en Cartago.
Un día de mercado en la Cartago Colonial:
Imaginemos cómo era un día de mercado en la Cartago de mediados del siglo XVIII.
¿Qué tenían los jueves en la ciudad colonial de Cartago a mediados del siglo XVIII que no tuvieran los domingos? Tenían el ser el día de mercado de la capital de la Provincia o Gobernación de Costa Rica. Entonces, los ajetreados jueves competían en importancia con los domingos, dedicados a los actos religiosos en esta sociedad precapitalista e impregnada de una profunda misticidad.

El mercado público de la Plaza Mayor cartaginesa era la gran fuente de intercambios comerciales; a la vez, en los jueves, las tiendas seguían funcionando y aumentaba el comercio de ventas ambulantes en la diminuta capital colonial.
Ese día, a la Plaza Mayor de Cartago llegaban españoles blancos o peninsulares, criollos, mestizos, indígenas, negros, mulatos, pardos y zambos. Como es bien sabido, Cartago fue el principal centro urbano de la alejada Provincia de Costa Rica y el eje rector de las actividades económicas y sociales. Frente a la Plaza Mayor o de Armas se encontraban las sedes de las más importantes instituciones coloniales: Gobernación, Cabildo e Iglesia Parroquial o Vicaría General.

Todos los jueves, las amplias y mal empedradas calles de la Cartago colonial se animaban con una actividad particular diferente de los demás días de la semana. Desde la madrugada, empezaban a llegar las toscas carretas cureñas de los pueblos ubicados en los linderos de la ciudad capital, como Tobosi, Cot, Quircot, El Arrabal, Chircagres o Churuca, Toyogres, Arenilla, El Tejar, Taras y Aguacaliente.
Con paso cadencioso, las carretas se instalaban en las inmediaciones de la Plaza Mayor; así, junto con los caballos, bueyes, mulas y novillos, obstruían el paso por las principales arterias de la ciudad de Cartago.
Muy temprano repicaban las campanas de la Santa Iglesia Parroquial y de los otros cinco templos de la urbe, y despertaban a quienes dormían sobre los bultos de las mercaderías.

Al mismo tiempo, las señoras de las familias principales y sus rozagantes esclavas (negras y mulatas) salían de sus “casas de morada”. Las esclavas aparecían con tinajas de barro tosco y grueso para llenarlas del agua de las acequias que corrían a un lado de las calles, pues había que preparar los alimentos, el baño de las niñas de la casa o iniciar las actividades de limpieza.
Otras gentiles damas, con sus tupidos velos y sus rosarios de plata dorada, de coral engarzado en plata y de oro, plata y perlas, se apresuraban a cumplir con los servicios religiosos, a los que eran tan afectas. Las acompañaban acaudalados y adustos señores vestidos de negro y con bastones con puño de plata, que iban a la Plaza Mayor con el objeto de realizar ventajosas transacciones comerciales. Ya en las calles, los caballeros desayunaban por segunda vez en las fondas, donde departían con artesanos y arrieros, con celadores y con guardianes del orden público.

A los primeros rayos del Sol, se apreciaba el humo que salía de las bajas casas construidas con horcones, adobes o bahareques, y de uniformes techos de tejas de barro cocido. Las construcciones eran tan bajas que desde cualquier sitio se apreciaba, por el norte, el majestuoso volcán Irazú con la cumbre cubierta de nubes. Este era una montaña pletórica de vegetación del tipo subtropical húmedo. Sus colores lejanos contrastaban con las paredes blancas, de franjas azules o naranja – ocre de las encaladas moradas coloniales.
La Plaza Mayor de Cartago desplegaba múltiples artículos para su venta; algunos eran importados, como géneros, imágenes religiosas, joyas, mantas y sombreros de pita (traídos de Guatemala, Nicaragua, Panamá, Cartagena de Indias, el Virreinato del Perú o el Reino de Quito), trajes de lana y utensilios manufacturados en talleres ingleses, que generalmente llegaban del tórrido fondeadero de Matina gracias al contrabando.
Sin embargo, la mayoría de los artículos eran confeccionados con “recursos del país”, como bagatelas, chaquetas de pintorescos ornatos, zurrones de cuero, cestos de mimbre de Quircot, esteras de venas de plátano, alfarería del sur de Cartago, jícaras y huacales repujados, utensilios de labranza, piedras de moler maíz, cacao y tabaco, jabones, faroles y malolientes candelas de sebo en cajones.
Con todo, la Plaza Mayor o Principal estaba especialmente ocupaba por improvisadas tiendas para vender carnes, aves, pescado, granos como maíz y trigo, frijoles, frutas, verduras, hortalizas, palmitos, plátanos maduros (o verdes), yuca, elotes, hierbas aromáticas y condimentos.
De igual forma, no faltaban los puestos donde se ofrecía la “bebida” –o sea, el aguadulce–, la sabrosa mazamorra, la chicha y el guarapo, el aromático chocolate de jícara acompañado de bizcochos con queso, tamales, tortillas calientes, maíz crudo, totopostes, enlustrados o prestiños y escudillas de frijoles bien fritos en manteca de cerdo.
La moneda de curso corriente era el cacao, pero el fuerte sonido del regateo de la peseta, el maravedí o el real de plata contrastaba con el silencio de la aceptación rápida por el bajo precio cuando se compraban frutas, como la anona, las guanábanas, la papaya, la granadilla, las naranjas, los limones, las limas, las moras, los higos y los membrillos.
En alegres y floridos puestos llamados ‘tianguies’, las mercaderías eran ofrecidas por los mismos productores, a veces acompañados de sus mujeres, quienes ayudaban a vocear el producto.
En líneas generales, el movimiento en las principales horas de mercado era vertiginoso, desde las múltiples y variadas actividades desarrolladas y el alto número de transeúntes que entraban en la plaza o salían de ella.
Alrededor de las cuatro de la tarde, la Plaza Mayor estaba de nuevo vacía. Por las calles desfilaban las últimas carretas traqueadoras rumbo a los pueblos vecinos y lejanos a Cartago. Las puertas de las casas se cerraban, y algunas ventanas –de barrotes de madera torneada– dejaban ver tímidamente el interior de las solariegas viviendas.
Después de rezar el rosario a la hora del toque de ánimas y al calor del chocolate, las familias se reunían a contar las experiencias y los chismes de aquel agitado jueves. De nuevo, al eco de las campanas y al ladrido de los perros, la soñolienta ciudad de Cartago se envolvía en la espesa bruma, en espera del nuevo día.
Otras Actividades de la Plaza Mayor:
Además de las ventas y los trueques que se llevaban a cabo en el día de Mercado también se celebraron actos circunspectos como las juras de los reyes, pero también actos atroces como las ejecuciones de indígenas rebeldes contra la corona. Fue la Plaza Mayor el escenario perfecto para los festejos religiosos y para las corridas de toros.
Aquí se efectuó el acto más trascendental de la historia patria: la declaración de la Independencia de Costa Rica del Reino de España, el 29 de octubre de 1821.
Arquitectónicamente, la Plaza Mayor no conserva testimonios del tejido histórico original y auténtico, su mérito de autenticidad lo constituye el conservarse como espacio abierto, de encuentro comunitario, escenario de la vida urbana, de hoy y de ayer. Su apariencia contemporánea ha dificultado los procesos de reconocimiento, identificación y significación, no para el cartaginés que en general es consciente del valor histórico de su Plaza, sino para el costarricense en general que no percibe a simple vista que se trata de la primera Plaza Mayor trazada por los colones españoles en el Valle Central.
En esta misma Plaza se instala una hermosa Fuente de los Leones la cual no dura mucho tiempo y es sustituida por un kiosco. Por ese mismo tiempo la Plaza Mayor es transformada en un parque y su fisonomía cambia bastante.
Referencias:
Alvarenga, Patricia (1997). Los productores en la Costa Rica precafetalera, San José: EUNED.
Chavarría, Sandra (1979). El Cabildo de Cartago, Heredia: Tesis Historia.
Estrada, Ligia (1965). La Costa Rica de don Tomás de Acosta, San José: ECR.
Fernández, Franco (1996). La Plaza Mayor, Cartago: URUK – ECC.
Fonseca, Elizabeth (1983). Costa Rica colonial, San José: EDUCA.
Jiménez, Manuel de Jesús (2011). Noticias de antaño, 2 vols. San José: EUNED.
Moya, Arnaldo J. (1998). Comerciantes y damas principales de Cartago, Cartago: ECC.Guillermo Brenes Tencio, Periódico Mi Cartago.